lunes, 30 de noviembre de 2009

TACITURNOS

Empezamos el relato. Cada uno tiene que hacer diez líneas del mismo continuando con el relato en orden y a la espera del que vaya en anterior lugar. El relato se llama Taciturnos y comienza así:

La ciudad estaba prácticamente desierta como era habitual durante los dos meses de agobiante verano que se sucedían un año tras otro sin dejar lugar para la improvisación. La capital era un hervidero cuando comenzaba a arreciar el calor y casi todas las personas procuraban escapar antes de que fuera demasiado tarde y las ruedas de sus coches se quedaran adheridas a la fundida combinación de alquitrán, asfalto y grava. El resultado de este éxodo era un paisaje elegíaco, pero cortésmente tranquilo, que emitía un sonido suave en contraste con el escándalo producido por todo ser dotado de movilidad durante el resto de las estaciones.
El primero de los rayos de sol de esa mañana dio de lleno en el ojo derecho de Enrique, lo que le provocó un despertar sobresaltado y repentino que le privó de la conciencia momentánea de encontrarse entre las suaves sábanas de su cama. Habiendo averiguado su posición actual, tras un pormenorizado estudio del entorno circundante, convino que esa noche había dormido perfectamente, como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, y disfrutó de tal pensamiento con fruición hasta recordar la soledad que le embargaba durante todo el mes de agosto. (José Talavera)

Al otro lado del mundo, los ojos de ella seguían fijamente instalados en el cortinado de su ventana desde hacía horas. Una claridad apenas perceptible atravesaba con miedo las hendijas. El sonido de una bocina despertó a Clara de su ensueño sin sueño, ni descanso. Maquilló sus ojeras como pudo y salió envuelta en su abrigo negro. Se dirigió a la parada del colectivo, rápidamente, para no sentir tanto el frío. Al rato llegó el colectivo y subió. Se sentó en un asiento simple. Todavía no sabía si los prefería para estar lejos de la gente o cerca de sus propios pensamientos. Miró por la ventanilla el movimiento de la ciudad, movió la vista hasta que sus ojos dieron con el cielo nublado. Allí quedaron, sus adormilados ojos negros durante todo el viaje. El sonido de la ciudad era abrumador, pero ella no lo escuchaba. Su mente estaba tan adormecida como sus ojos, en un silencio tan gris como ese día de invierno. (Diálogos Cinéfilos)

Unos asientos más arriba alguien la miraba intensamente...unos ojos...profundos ,oscuros , tristes...
Se miraron durante unos cuantos segundos...parecía que el quisiera meterse en sus pensamientos...de repente. ..le sonrió...
una sonrisa tierna..dulce....
Ella no pudo más que devolverle la sonrisa...sintió tanta ternura por ese viejo....parecía un bluesman ... de esos que había visto en las películas...apostaría que tenía una guitarra,vieja y cansada ..como él....pensó...que seguro que tenía historias increiblemente duras que contar ,cosas horribles que hubiera visto y que no era capaz de olvidar..
...A punto estuvo de levantarse y preguntarle algo...
Se bajó el viejo del autobús..se quedó mirándola desde la calle..le saludó con la mano ..y volvió a sonreirle...
Sintió pena....parecía tan solo....y volvió a sumirse en sus ensoñaciones...
esta noche cuando llegue a casa ...escucharé un blues por ti, viejo...

Ya no estarás tan solo....(Betty Groove)

Cuando bajó del colectivo, comenzó a caminar apresuradamente de tal manera que rompió a sudar de una forma incontrolada. Paró en mitad de la calle; tomó aire; miró a un lado y a otro y de repente se fijó en una de esas marquesinas que suele haber por la calle de una ciudad cualquiera. La marquesina tenía un anuncio, y el anuncio contenía un mensaje... "¿Te imaginas en otro lugar?".
Clara no miró el producto, no miró el diseño o los llamativos colores del anuncio (con los que los publicistas intentaban embaucarla para comprar), ni siquiera el increible precio de XXX,95 que recalcaba que era una oferta imposible de rechazar. Lo único a lo que de verdad "le echó cuentas" fue a esa frase, "¿te imaginas en otro lugar?"
Se quedó completamente embelesada con la misma y comenzó a imaginar cuál sería ese lugar ideal en el que le gustaría despertar, ser, vivir... en el que conjugar todos los verbos. (Adrián Zamora)

Enrique saltó de la cama, tratando de sacudirse una sensación de que sería inutil emprender cualquier cosa ese día. Todos los días de verano eran iguales y había que ser feliz a la fuerza, porque así lo decían los comerciales de bronceadores y de bebidas refrescantes. Pero él detestaba el verano. Le recordaba las desilusiones de su época infantil, las más banales en apariencia, pero las que nunca se olvidan, de las que jamás te sobrepones. También detestaba otras épocas del año, como las Navidades. Otro momento nefasto del año en que hay que hacer esto y lo otro y reir y hacer cosas que uno no quiere, como regalar cosas absurdas a personas que no te importan.
Siempre pensaba demasiadas tonterías al azar cuando se levantaba. Era como si su cerebro se lanzara como loco de un lugar a otro. Necesitaba urgentemente una taza de café bien cargado, preferiblemente expresso y colombiano. En la cocina nunca tenía nada, era un desastre para las cosas domésticas. Bajaría a tomar el expresso al café de la esquina, y esperaba no tener que encontrarse con ella. Hoy no podría soportarlo. (Pilar Marrero)

Aunque una parte de él agradeció que no sucediera, no le sirvió de nada intentar esconder que otra bien distinta se encogió al instante cuando se enteró por la conversación ajena en la que se inmiscuyó . “Clara se despedió del trabajo de repente, poniendo como excusa una serie de mentiras absurdas. A estas alturas puede estar en cualquier parte del planeta, quién sabe”. Así le confirmaron sus compañeros de trabajo con la vista fija en los cafés, tostadas y dosis de mermelada, que sus intentos por esquivarla todas las mañanas habían sido totalmente prescindibles. Tratando de hacerse oír a pesar del escándalo propio de cualquier mañana en cualquier bar, Enrique pidió excusas entre sonrisas conciliadoras y agradeció la información. No tomó café, ni había llegado a pedirlo siquiera. Salió del bar con el estómago igual de vacío, pero la sensación de ayuno desapareció y dio lugar a otra bastante más familiar. Sabiendo exactamente hacia dónde dirigirse empezaría a caminar después de detenerse en el kiosco de prensa con el que se había topado. Fingiendo interés por las publicaciones expuestas sobre la acera se había acuclillado para apretarse el estómago y, repentinamente, una revista especializada en cine le recordó algo. Se levantó con cierta prisa y, mientras trataba de ubicarse con respecto a aquel viejo cine que tanto habían frecuentado juntos durante sus mañanas desocupadas, no se percató de que López estaba justo a sus espaldas. Antes de que diera un solo paso, notó que una mano en su hombro izquierdo le retenía con fuerza. (Moi Camacho)

López, un hombre con mucha experiencia como escritor de novelas de ficción, amigo de su padre desde hacía muchos años, lo saludó con mucho énfasis... (Susana Baro)

López era de ese tipo de personas que se les presupone que todo les va bien en la vida. Carrera, contactos, aduladores, amor, niños, perro y verja blanca...pero a Enrique siempre le había parecido un ser anodino, una nada envuelta con un hermoso lazo. Llevaba años oyéndolo hablar de sí mismo sin que nunca le produjese el más mínimo interes, y ese dia no fue menos. Durante minutos no pararon de salir palabras de aquella boca que sin saber cómo, cada vez se le antojaba más grande. De repente sólo era capaz de ver aquel Godzilla parlante y el río de babas que lo llenaban. Dio un salto hacia atrás, miró en busca de algo con lo que defenderse, recordó la pequeña navaja que ella le había regalado y acuchilló a las palabras hasta que dejaron de moverse y producir aquellos terribles sonidos... (Nowe Ibtisam)

A Clara, agobiada, le apetecía ir a un lugar libre, sin ataduras, donde su mente y su cuerpo fueran uno solo. Un lugar con mucho movimiento, donde predominara la música, el buen ambiente y el buen hacer de la gente. Y sobre todo con mucho calor. Más tarde pensó en llamar a su amiga Rosa, eran como hermanas, vivieron juntas muchos momentos de la infancia, y nadie como ella la podía comprender. Estaba convencida de que podrían hacer un viaje juntas y plantearse un cambio en sus vidas.

Caminaba por la calle, en un estado depresivo desde hacía horas, y mirando hacia la esquina se encontró con una anciana con aspecto desaliñado con su acompañante, un perro de dulce cara y mirada triste. La anciana, una mujer cuyo rostro parecía marcado por un pasado oscuro y con una olor insufrible, le pidió algo de dinero. Clara se apiadó de ese pobre animal, víctima de estar al lado de una persona que estaba viviendo su época más horrible. Una vez le dio las monedas, pensó que tal vez su vida no estaba tan mal encaminada y que quizás ella aún podía irse a ese lugar que había pensado: Brasil, Cuba....De repente, sintió un gran dolor en su pecho, embargada por una ansiedad que jamás había sentido. Llamó a su amiga Rosa para que la fuera a buscar. (Susana Baro)

Había vuelto a pasar. Sus destinos estaban de nuevo interconectados. ¿Por qué tenía que cargar ella con la culpa de los desatinos que cometía Enrique, estuviera donde estuviera? Había intentado huir pero era imposible. Esa habitual agresividad de Enrique volvía a hacer mella en su cuerpo. Ya le pasó cuando le había abierto la cabeza a aquel tipo en la discoteca tras verterle un cubata encima. Ella se pasó con migrañas una semana entera. No era excesivamente crédula en lo referente a los fenómenos paranormales, pero esa conexión de su cuerpo con las víctimas de los desbarres de su ex novio era digna de Expediente X. Lo había hablado con varios especialistas, psicólogos, traumatólogos, médicos de cabecera, incluso un exorcista, y todos llegaron a la misma conclusión: “Eso es imposible”. Así que poner tierra de por medio era la única solución factible.

Rosa la encontró en un estado lamentable, completamente blanca y con palpitaciones. Clara balbuceó algo así como: “Ha vuelto a pasar” y luego agarró con ganas la botella de agua que su amiga llevaba en la mano izquierda.

Enrique se dio cuenta de su nueva “gamberrada” y miró alrededor por si le había visto alguien. Ni un alma se hallaba por la zona. Miró hacia López y se dio cuenta de que aún respiraba. Eso le calmó un poco, pero consideró que no era posible quedarse más en ese lugar y, en frío, tampoco cabía la posibilidad de rematar la faena. (José Talavera)

Enrique era un hombre taciturno, solitario, frío y calculador, al que la relación con su madre había marcado de por vida. Una infancia sin cariño, llena de humillaciones y reproches le habían hecho llegar a la conclusión de que debía defenderse ante un mundo hostil. Enmascaró su sufrimiento e inseguridades cebando hasta tal punto su espíritu que llegó a creerse un semi-dios, por encima del bien y del mal, con facultad de juzgar y castigar no sólo a aquellos que pensaran de forma diferente a la suya, sino también a los que sin saberlo osaran molestarle de alguna manera. Y no había nada que le detestara mas que oír a López hablar de su feliz y perfecta vida, porque le evidenciaba todo de lo que el carecía, lo miserable de su existencia. Sólo Clara, consiguió sobrepasar ese muro protector. La dulce, indefensa y tierna Clara, su alter-ego. (Ruth Rico)

Enrique parecía haber encontrado la luz de su vida. Se llamaba Clara, la única persona que parecía comprenderle, y el nombre de aquella mujer además llevaba implícita su propia metáfora: se trataba de una persona transparente, altruista, solidaria, quizás el único ser capaz de iluminar fragmentos de aquella tenebrosa personalidad que arrastraba a causa de los traumas del pasado. Enrique comprendió cÓmo ante sí se hallaba esa oportunidad única para enderezar aquella personalidad que, al menos en el lugar donde vivía, le procuraba más problemas que autosatisfacciones. La ocasión era propicia para abrazar la redención y subirse al tren de una vida luminosa, colorista, positiva.... Pero no sólo vislumbró en Clara aquél trasunto de la bendita compañera de Heidi, adalid de la bienintencionada muchacha que, desde sus propias limitaciones, era capaz de difundir la bondad y el entusiasmo entre los demás. También encontró en ella a una eterna joven, ingenua y extremadamente bienintencionada hasta el punto de poder saciar todos aquellos apetitos que había alimentado al abrigo de sus traumas pasados, contemplando en ella, al fin, ese ser capaz de soportar estoicamente cada una de sus embestidas, humillaciones, deseos ocultos, extrañas palpitaciones, pudiendo profundizar en las marismas que habitan entre las tinieblas fuera de control, desenfrenadamente, lejos de todo principio y limitación... (Javier Gutiérrez-Saberius)

Había pasado un día entero ocultándose de todos. Sin valorar las consecuencias de su ataque a López y casi disfrazado en el otro lado de la ciudad, Enrique estaba dispuesto a olvidar sus miedos, a renacer de sus cenizas y empezar una nueva vida junto a ella. Mientras su mente viajaba entre nubes de algodón, un temblor le sacudió el corazón. Era su móvil. En la pantalla un nombre: Clara. Respiró tres segundos, aclaró su carraspera y se dispuso a cambiar su tono de voz, ése que ponía cuando quería impresionar a una chica. Le notó muy distante, pero necesitaba verla, ahora sí. Quedaron en el lugar de siempre, a la misma hora de siempre, tras decir ella que había vuelto.

Las horas previas al encuentro se le hicieron eternas, pero allí estaba, con su mejor camisa y una rosa entre sus manos. Vislumbró a Clara entre la bruma. Ella se acercaba despacio, parecía meditar sus pasos. –“Ven aquí, dame un abrazo”, se apresuró a decir Enrique. Clara hizo el amago de abrazarle, pero sus intenciones eran otras… (Gema Sánchez Nájera)

Clara aún no tenía resuelta su situación con Enrique. Por un lado, quería un final feliz, para poder empezar otra vez una nueva relación o cambiar de vida, y por otro lado quería darle otra oportunidad a la relación. Sin embargo, todo lo que había conversado con ella no le sirvió de nada, la emoción era tan fuerte que se había olvidado de por dónde empezar. Enrique intentó avanzar varias veces, primero con palabras, luego con sus seductoras miradas pero Clara, siempre indecisa, término fastidiándolo y lo que parecía un reencuentro de película se transformó en una acalorada discusión que se extendió casi hasta el amanecer.

Antes de que salieran los primeros rayos del sol, una patrulla de la Guardia Civil, alertada por los moradores del lugar, se detuvo muy cerca de ellos, para indicarles que estaban bajo arresto por alterar el orden público, así que ambos se dispusieron para ser llevados al calabozo. (Luis Calvillo)

"Es un error” repetía sin cesar Clara. Pero los agentes estaban dispuestos a llevarles a comisaría. Saben que, por desgracia, la mayoría de veces sin la intervención policial esas disputas terminan en la sección de sucesos y que, como esa vez, ambos miembros de la pareja afirman que es una discusión normal. Los agentes insistieron mientras les acompañaban agarrándoles del brazo al coche patrulla en que en comisaría todo se arreglaría, pero Clara seguía pidiéndoles que les dejaran.

Enrique no decía nada. Acababa de apuñalar a alguien que podría identificarle sólo con olerle. Ese coche quizá iba a Comisaría para Clara, pero para él iba directo, como todas las veces anteriores, a la prisión de Aranjuez. Durante el recorrido de diez metros hasta el coche, que relampagueaba por las luces de emergencia, trazó todas las rutas de escape posibles. A través del callejón de la izquierda, saltando los apenas tres metros hasta la carretera, metiéndose por el parque... Pero cada vez que se veía corriendo en zigzag por entre los coches aparcados las pistolas de los agentes le venían a la cabeza. ¿Y si se las quitaba? Quitársela a uno, apuntar al otro... Debería hacer callar a Clara, que alertaría a los vecinos. Podría agarrarla a ella, como rehén. El otro guardia le apuntaría. La usaría de escudo... Habría que disparar, sería inevitable. Quizá a la pierna, dejar al agente desarmado inconsciente con un culetazo... ¿Y dentro del coche? No les habían cacheado y él aún llevaba la navaja. Podría poner la hoja en algún cuello y entonces estaría controlando la situación.

Cuando les metieron en el coche y bloquearon las puertas traseras Enrique lo vio claro. Sacaría la navaja y la pondría en el cuello de Clara, amenazando con degollarla si no le dejaban irse. El coche arrancó. Clara resoplaba y desde la radio se oía estática y palabras intraducibles desde la centralita de la Guardia Civil. Los agentes hablaban entre ellos. Enrique se metió la mano en el bolsillo. El tacto de la empuñadura le daba tranquilidad. Tragó saliva. Clara apretaba los labios y torcía el gesto en una mueca de desilusión y asco. Le dio al botón que soltaba la hoja. Clic. Clara giró la cara hacia él. Enrique la miró. Respiró hondo pero antes de poder sacar la hoja el coche frenó en seco, lanzándole hacia delante. Clara se dio con el cristal de separación y el agente del asiento del acompañante le dio una sonora colleja al conductor. Éste señaló a la calzada: casi atropellan a un hombre que estaba cruzando la tiniebla de la carretera. El conductor bajó la ventanilla, increpándole. Enrique aflojó la mano, tensa, que esgrimía aún dentro del bolsillo la navaja. Una vez recuperada del golpe Clara miró hacia el hombre que, sonriendo, se acercaba al coche patrulla. Era alto y llevaba algo en la espalda. Una guitarra acústica. Era el cantante de blues del autobús. Clara sonrió al reconocerle. Éste le miró, saludó con un elegante gesto de cabeza y dejó de sonreír. El agente que le increpaba dejó de chillar. El cañón de una pistola emergió por la ventanilla y antes de poder hacer nada disparó cuatro veces sobre los policías. El estruendo era el de una catarata de truenos, y los fogonazos como amaneceres. Enrique y Clara se echaron hacia atrás. Trataron de salir del coche, pero los seguros seguían bloqueados. El hombre de la guitarra lanzó a la calzada a los cadáveres y se sentó en el asiento del conductor.

-No voy a permitir que el imbécil de tu ex-novio lo estropee todo. (Miguel Rosa)

Arrancó el coche y aceleró. Si conseguían salir de la ciudad rápido tendrían más posibilidades. No podía olvidar que en unos momentos toda la policía les estaría buscando. Conocía las calles, los atajos, los lugares donde menos vigilancia había así que comenzó a conducir ágilmente hasta llegar a las afueras. Pasaron barrios de chabolas, zonas residenciales, vías de tren y por fin se encontraban en el campo. Mientras tanto Enrique y Clara se habían quedado petrificados. Ella no era capaz de articular palabra. Él intentó hablar pero un “Como oiga una sola palabra te reviento la cabeza” le convenció de que estaría mejor calladito. Al fin y al cabo aquella escapada le estaba viniendo bien.

Recordaba perfectamente aquel caminito de tierra. Al final del camino se encontraba aquella casa que le traía tantos recuerdos. Paró el coche y salieron los tres. En ese momento Enrique vio el momento de volver a utilizar su navaja. Un brillo de plata, un forcejeo, un dolor sordo y un cuerpo que caía al suelo. El viejo músico se quedó mirando Enrique y había caído boca a bajo, buscó con su mirada a Clara pero no la encontró. Fue corriendo al otro lado del coche y allí la vio tendida en el suelo con la misma postura que Enrique. (Elisa Espinosa)


Aunque se encontraba a pocos pasos de la muerte, ella percibió el sonido de unas notas, sintió los rasguños de unos dedos temblorosos en las cuerdas de una vieja guitarra. Era un blues. Desde algún rincón de aquel desolado paisaje le llegaba una melodía, triste, intensa. No podía precisar su origen. Volvió sus ojos hacia el viejo con el interrogante de una pregunta en sus pupilas y comprobó que él sostenía su mirada, pero no la guitarra. El anciano tenía el iris dilatado y el rostro sereno. La sonreía con una sonrisa apacible. Clara continuaba escuchando su melodía, ahora con más fuerza y entonces comprendió que era él, el viejo solista que sabía muchas cosas que no podía contar, el que la estaba creando para ella. De cerebro a cerebro, como si fuera la forma natural de tocar una pieza, sin instrumentos musicales que enturbiaran la claridad del sonido. También ella comenzó a sonreír. Al principio fue una sonrisa tensa, cargada por el dolor de las puñaladas que había recibido Enrique y que ella había sentido como si le hubieran infligido en su propio vientre, pero poco a poco consiguió desdibujar el dolor de su mente, se distanció del cerebro de su ex novio para hundirse en el del anciano y se inundó de esa música que le enviaba.
Su guitarra descansaba a unos metros de él, inalcanzable para sus dedos pero, sin embargo, Clara veía vibrar sus cuerdas, se movían al ritmo del blues que él tocaba para ella con dedos hechos de aire y pensamientos. La invadió un calor muy similar a la fiebre, un calor que utilizaba su torrente sanguíneo para llegar a todos los rincones de su cuerpo y sanar sus invisibles heridas. A cada nueva oleada de calor se sentía renacer. Los hilos que la unían a Enrique se deshacían en el vacío que les separaba y sentía que el dolor se quedaba a solas con el hombre que una vez había amado.
No se extrañó. No, ya no. No podía extrañarse de que un viejo que la miraba con los ojos limpios de un niño la estuviera curando con un blues que sonaba en una guitarra que nadie tocaba. Comenzaba a comprender por qué había tenido que conocer a Enrique, por qué se cruzó con el anciano en el autobús y por qué fue necesario que su ex novio intentara matarlos a los dos. Comenzaba a comprender que su papel en la vida no se limitaba a sentir lo que sentían las víctimas de Enrique cuando él las asaltaba, las hería o las golpeaba. Y también, y por encima de todo, comenzaba a comprender que las cosas no eran cómo le habían hecho creer que eran. Otras realidades comenzaban a filtrarse entre las sinapsis de sus neuronas, unas realidades muy inquietantes. Gemma Nieto.

El viejo guitarrista de blues cogió la guitarra y la apoyó al lado de la puerta de la casa. Cuando se incorporó, observó toda la panorámica que ante él se presentaba: un coche, el cadáver de una persona que no le inspiraba ninguna lástima; Clara y un árbol altísimo que le provocó una sonrisa.
Al ver esa mueca, Clara miró hacia atrás y se dio cuenta de que el árbol que había provocado esa sonrisa era un ciprés. No había marco mas idóneo para encuadrar lo que había ocurrido aquella tarde.
El viejo sacó un cigarrillo y se acercó al ciprés. Se puso delante y lo acarició mientras lo miraba de arriba a abajo. Se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra el tronco del árbol.
Clara se acercó y vio cómo el viejo cogió un rama que encontró por el suelo y comenzó a escribir algo. Cuando llegó a su lado leyó lo que había escrito en el suelo... "Aquí yace Enrique Martinez Vallejo, 11-08-2010"... (Adrián Zamora)

13 comentarios:

  1. Esta tomando froma eh!!! Me gusta como se va desarrollando!!!

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  2. Muy chulo está quedando, la verdad. Escribís como un Nobel de Literatura.

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  3. jajajaja me queda enorme el elogio, jajajaja

    Vine a leer como sigue, parece que Clara y Enrique ya se conocian!!! Es increible como se forma algo nuevo a medida que cada uno aporta su visión!!! Precioso ejercicio José, muchas gracias por invitarnos a participar!!!
    Sigo esperando más escritos, ya me enganché con la historia ;-)

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  4. ¿lo mató? ¿De verdad verídica?
    Y ese perro y viejita!!! Aparecen personajes muy buenos!!!
    Ya estoy atenta como si se tratará de una serie de tv que uno sigue a diario ;-)

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  5. Pues habrá segunda vuelta, así que afila el lápiz para cuando te toque...

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  6. Hola, ya te tengo entre los "Blogs que sigo" espero este fin de semana leerte con más calma hombre.. saludos majo!

    Atte: Edduar Gil (El del facebook)

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  7. Nen, acabo de añadir tu blog a mi lista. Un abraç!
    Moi

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  8. Pero bueno, ¿es que está todo el mundo de puente? A este paso se nos desangra López...

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  9. Ya te he enviado mi parte, José. Espero que os guste... Es un experimento muy interesante. Enhorabuena.

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  10. Esta quedando buenisimoooo!!!!
    Pero, una pregunta ¿hubo cambios en los escritos pasados? Hay partes que no veo, y otras en otro orden. Contame de que me perdí!!!!
    Saludos!!!!

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  11. Yo no echo de menos nada, aunque puede ser. Sí que veo que, además de que José escribió algo para dar más sentido a la historia, hay un párrafo intercalado, me imagino que él lo cambiaría de orden por el mismo motivo.

    En fin, ¿alguien se va a lanzar a darle sentido a la aparición del viejo-bluesman y de la anciana? Está complicado, pero no imposible, y creo que es un punto donde poder sorprender al lector/espectador.

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