lunes, 30 de noviembre de 2009

TACITURNOS

Empezamos el relato. Cada uno tiene que hacer diez líneas del mismo continuando con el relato en orden y a la espera del que vaya en anterior lugar. El relato se llama Taciturnos y comienza así:

La ciudad estaba prácticamente desierta como era habitual durante los dos meses de agobiante verano que se sucedían un año tras otro sin dejar lugar para la improvisación. La capital era un hervidero cuando comenzaba a arreciar el calor y casi todas las personas procuraban escapar antes de que fuera demasiado tarde y las ruedas de sus coches se quedaran adheridas a la fundida combinación de alquitrán, asfalto y grava. El resultado de este éxodo era un paisaje elegíaco, pero cortésmente tranquilo, que emitía un sonido suave en contraste con el escándalo producido por todo ser dotado de movilidad durante el resto de las estaciones.
El primero de los rayos de sol de esa mañana dio de lleno en el ojo derecho de Enrique, lo que le provocó un despertar sobresaltado y repentino que le privó de la conciencia momentánea de encontrarse entre las suaves sábanas de su cama. Habiendo averiguado su posición actual, tras un pormenorizado estudio del entorno circundante, convino que esa noche había dormido perfectamente, como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, y disfrutó de tal pensamiento con fruición hasta recordar la soledad que le embargaba durante todo el mes de agosto. (José Talavera)

Al otro lado del mundo, los ojos de ella seguían fijamente instalados en el cortinado de su ventana desde hacía horas. Una claridad apenas perceptible atravesaba con miedo las hendijas. El sonido de una bocina despertó a Clara de su ensueño sin sueño, ni descanso. Maquilló sus ojeras como pudo y salió envuelta en su abrigo negro. Se dirigió a la parada del colectivo, rápidamente, para no sentir tanto el frío. Al rato llegó el colectivo y subió. Se sentó en un asiento simple. Todavía no sabía si los prefería para estar lejos de la gente o cerca de sus propios pensamientos. Miró por la ventanilla el movimiento de la ciudad, movió la vista hasta que sus ojos dieron con el cielo nublado. Allí quedaron, sus adormilados ojos negros durante todo el viaje. El sonido de la ciudad era abrumador, pero ella no lo escuchaba. Su mente estaba tan adormecida como sus ojos, en un silencio tan gris como ese día de invierno. (Diálogos Cinéfilos)

Unos asientos más arriba alguien la miraba intensamente...unos ojos...profundos ,oscuros , tristes...
Se miraron durante unos cuantos segundos...parecía que el quisiera meterse en sus pensamientos...de repente. ..le sonrió...
una sonrisa tierna..dulce....
Ella no pudo más que devolverle la sonrisa...sintió tanta ternura por ese viejo....parecía un bluesman ... de esos que había visto en las películas...apostaría que tenía una guitarra,vieja y cansada ..como él....pensó...que seguro que tenía historias increiblemente duras que contar ,cosas horribles que hubiera visto y que no era capaz de olvidar..
...A punto estuvo de levantarse y preguntarle algo...
Se bajó el viejo del autobús..se quedó mirándola desde la calle..le saludó con la mano ..y volvió a sonreirle...
Sintió pena....parecía tan solo....y volvió a sumirse en sus ensoñaciones...
esta noche cuando llegue a casa ...escucharé un blues por ti, viejo...

Ya no estarás tan solo....(Betty Groove)

Cuando bajó del colectivo, comenzó a caminar apresuradamente de tal manera que rompió a sudar de una forma incontrolada. Paró en mitad de la calle; tomó aire; miró a un lado y a otro y de repente se fijó en una de esas marquesinas que suele haber por la calle de una ciudad cualquiera. La marquesina tenía un anuncio, y el anuncio contenía un mensaje... "¿Te imaginas en otro lugar?".
Clara no miró el producto, no miró el diseño o los llamativos colores del anuncio (con los que los publicistas intentaban embaucarla para comprar), ni siquiera el increible precio de XXX,95 que recalcaba que era una oferta imposible de rechazar. Lo único a lo que de verdad "le echó cuentas" fue a esa frase, "¿te imaginas en otro lugar?"
Se quedó completamente embelesada con la misma y comenzó a imaginar cuál sería ese lugar ideal en el que le gustaría despertar, ser, vivir... en el que conjugar todos los verbos. (Adrián Zamora)

Enrique saltó de la cama, tratando de sacudirse una sensación de que sería inutil emprender cualquier cosa ese día. Todos los días de verano eran iguales y había que ser feliz a la fuerza, porque así lo decían los comerciales de bronceadores y de bebidas refrescantes. Pero él detestaba el verano. Le recordaba las desilusiones de su época infantil, las más banales en apariencia, pero las que nunca se olvidan, de las que jamás te sobrepones. También detestaba otras épocas del año, como las Navidades. Otro momento nefasto del año en que hay que hacer esto y lo otro y reir y hacer cosas que uno no quiere, como regalar cosas absurdas a personas que no te importan.
Siempre pensaba demasiadas tonterías al azar cuando se levantaba. Era como si su cerebro se lanzara como loco de un lugar a otro. Necesitaba urgentemente una taza de café bien cargado, preferiblemente expresso y colombiano. En la cocina nunca tenía nada, era un desastre para las cosas domésticas. Bajaría a tomar el expresso al café de la esquina, y esperaba no tener que encontrarse con ella. Hoy no podría soportarlo. (Pilar Marrero)

Aunque una parte de él agradeció que no sucediera, no le sirvió de nada intentar esconder que otra bien distinta se encogió al instante cuando se enteró por la conversación ajena en la que se inmiscuyó . “Clara se despedió del trabajo de repente, poniendo como excusa una serie de mentiras absurdas. A estas alturas puede estar en cualquier parte del planeta, quién sabe”. Así le confirmaron sus compañeros de trabajo con la vista fija en los cafés, tostadas y dosis de mermelada, que sus intentos por esquivarla todas las mañanas habían sido totalmente prescindibles. Tratando de hacerse oír a pesar del escándalo propio de cualquier mañana en cualquier bar, Enrique pidió excusas entre sonrisas conciliadoras y agradeció la información. No tomó café, ni había llegado a pedirlo siquiera. Salió del bar con el estómago igual de vacío, pero la sensación de ayuno desapareció y dio lugar a otra bastante más familiar. Sabiendo exactamente hacia dónde dirigirse empezaría a caminar después de detenerse en el kiosco de prensa con el que se había topado. Fingiendo interés por las publicaciones expuestas sobre la acera se había acuclillado para apretarse el estómago y, repentinamente, una revista especializada en cine le recordó algo. Se levantó con cierta prisa y, mientras trataba de ubicarse con respecto a aquel viejo cine que tanto habían frecuentado juntos durante sus mañanas desocupadas, no se percató de que López estaba justo a sus espaldas. Antes de que diera un solo paso, notó que una mano en su hombro izquierdo le retenía con fuerza. (Moi Camacho)

López, un hombre con mucha experiencia como escritor de novelas de ficción, amigo de su padre desde hacía muchos años, lo saludó con mucho énfasis... (Susana Baro)

López era de ese tipo de personas que se les presupone que todo les va bien en la vida. Carrera, contactos, aduladores, amor, niños, perro y verja blanca...pero a Enrique siempre le había parecido un ser anodino, una nada envuelta con un hermoso lazo. Llevaba años oyéndolo hablar de sí mismo sin que nunca le produjese el más mínimo interes, y ese dia no fue menos. Durante minutos no pararon de salir palabras de aquella boca que sin saber cómo, cada vez se le antojaba más grande. De repente sólo era capaz de ver aquel Godzilla parlante y el río de babas que lo llenaban. Dio un salto hacia atrás, miró en busca de algo con lo que defenderse, recordó la pequeña navaja que ella le había regalado y acuchilló a las palabras hasta que dejaron de moverse y producir aquellos terribles sonidos... (Nowe Ibtisam)

A Clara, agobiada, le apetecía ir a un lugar libre, sin ataduras, donde su mente y su cuerpo fueran uno solo. Un lugar con mucho movimiento, donde predominara la música, el buen ambiente y el buen hacer de la gente. Y sobre todo con mucho calor. Más tarde pensó en llamar a su amiga Rosa, eran como hermanas, vivieron juntas muchos momentos de la infancia, y nadie como ella la podía comprender. Estaba convencida de que podrían hacer un viaje juntas y plantearse un cambio en sus vidas.

Caminaba por la calle, en un estado depresivo desde hacía horas, y mirando hacia la esquina se encontró con una anciana con aspecto desaliñado con su acompañante, un perro de dulce cara y mirada triste. La anciana, una mujer cuyo rostro parecía marcado por un pasado oscuro y con una olor insufrible, le pidió algo de dinero. Clara se apiadó de ese pobre animal, víctima de estar al lado de una persona que estaba viviendo su época más horrible. Una vez le dio las monedas, pensó que tal vez su vida no estaba tan mal encaminada y que quizás ella aún podía irse a ese lugar que había pensado: Brasil, Cuba....De repente, sintió un gran dolor en su pecho, embargada por una ansiedad que jamás había sentido. Llamó a su amiga Rosa para que la fuera a buscar. (Susana Baro)

Había vuelto a pasar. Sus destinos estaban de nuevo interconectados. ¿Por qué tenía que cargar ella con la culpa de los desatinos que cometía Enrique, estuviera donde estuviera? Había intentado huir pero era imposible. Esa habitual agresividad de Enrique volvía a hacer mella en su cuerpo. Ya le pasó cuando le había abierto la cabeza a aquel tipo en la discoteca tras verterle un cubata encima. Ella se pasó con migrañas una semana entera. No era excesivamente crédula en lo referente a los fenómenos paranormales, pero esa conexión de su cuerpo con las víctimas de los desbarres de su ex novio era digna de Expediente X. Lo había hablado con varios especialistas, psicólogos, traumatólogos, médicos de cabecera, incluso un exorcista, y todos llegaron a la misma conclusión: “Eso es imposible”. Así que poner tierra de por medio era la única solución factible.

Rosa la encontró en un estado lamentable, completamente blanca y con palpitaciones. Clara balbuceó algo así como: “Ha vuelto a pasar” y luego agarró con ganas la botella de agua que su amiga llevaba en la mano izquierda.

Enrique se dio cuenta de su nueva “gamberrada” y miró alrededor por si le había visto alguien. Ni un alma se hallaba por la zona. Miró hacia López y se dio cuenta de que aún respiraba. Eso le calmó un poco, pero consideró que no era posible quedarse más en ese lugar y, en frío, tampoco cabía la posibilidad de rematar la faena. (José Talavera)

Enrique era un hombre taciturno, solitario, frío y calculador, al que la relación con su madre había marcado de por vida. Una infancia sin cariño, llena de humillaciones y reproches le habían hecho llegar a la conclusión de que debía defenderse ante un mundo hostil. Enmascaró su sufrimiento e inseguridades cebando hasta tal punto su espíritu que llegó a creerse un semi-dios, por encima del bien y del mal, con facultad de juzgar y castigar no sólo a aquellos que pensaran de forma diferente a la suya, sino también a los que sin saberlo osaran molestarle de alguna manera. Y no había nada que le detestara mas que oír a López hablar de su feliz y perfecta vida, porque le evidenciaba todo de lo que el carecía, lo miserable de su existencia. Sólo Clara, consiguió sobrepasar ese muro protector. La dulce, indefensa y tierna Clara, su alter-ego. (Ruth Rico)

Enrique parecía haber encontrado la luz de su vida. Se llamaba Clara, la única persona que parecía comprenderle, y el nombre de aquella mujer además llevaba implícita su propia metáfora: se trataba de una persona transparente, altruista, solidaria, quizás el único ser capaz de iluminar fragmentos de aquella tenebrosa personalidad que arrastraba a causa de los traumas del pasado. Enrique comprendió cÓmo ante sí se hallaba esa oportunidad única para enderezar aquella personalidad que, al menos en el lugar donde vivía, le procuraba más problemas que autosatisfacciones. La ocasión era propicia para abrazar la redención y subirse al tren de una vida luminosa, colorista, positiva.... Pero no sólo vislumbró en Clara aquél trasunto de la bendita compañera de Heidi, adalid de la bienintencionada muchacha que, desde sus propias limitaciones, era capaz de difundir la bondad y el entusiasmo entre los demás. También encontró en ella a una eterna joven, ingenua y extremadamente bienintencionada hasta el punto de poder saciar todos aquellos apetitos que había alimentado al abrigo de sus traumas pasados, contemplando en ella, al fin, ese ser capaz de soportar estoicamente cada una de sus embestidas, humillaciones, deseos ocultos, extrañas palpitaciones, pudiendo profundizar en las marismas que habitan entre las tinieblas fuera de control, desenfrenadamente, lejos de todo principio y limitación... (Javier Gutiérrez-Saberius)

Había pasado un día entero ocultándose de todos. Sin valorar las consecuencias de su ataque a López y casi disfrazado en el otro lado de la ciudad, Enrique estaba dispuesto a olvidar sus miedos, a renacer de sus cenizas y empezar una nueva vida junto a ella. Mientras su mente viajaba entre nubes de algodón, un temblor le sacudió el corazón. Era su móvil. En la pantalla un nombre: Clara. Respiró tres segundos, aclaró su carraspera y se dispuso a cambiar su tono de voz, ése que ponía cuando quería impresionar a una chica. Le notó muy distante, pero necesitaba verla, ahora sí. Quedaron en el lugar de siempre, a la misma hora de siempre, tras decir ella que había vuelto.

Las horas previas al encuentro se le hicieron eternas, pero allí estaba, con su mejor camisa y una rosa entre sus manos. Vislumbró a Clara entre la bruma. Ella se acercaba despacio, parecía meditar sus pasos. –“Ven aquí, dame un abrazo”, se apresuró a decir Enrique. Clara hizo el amago de abrazarle, pero sus intenciones eran otras… (Gema Sánchez Nájera)

Clara aún no tenía resuelta su situación con Enrique. Por un lado, quería un final feliz, para poder empezar otra vez una nueva relación o cambiar de vida, y por otro lado quería darle otra oportunidad a la relación. Sin embargo, todo lo que había conversado con ella no le sirvió de nada, la emoción era tan fuerte que se había olvidado de por dónde empezar. Enrique intentó avanzar varias veces, primero con palabras, luego con sus seductoras miradas pero Clara, siempre indecisa, término fastidiándolo y lo que parecía un reencuentro de película se transformó en una acalorada discusión que se extendió casi hasta el amanecer.

Antes de que salieran los primeros rayos del sol, una patrulla de la Guardia Civil, alertada por los moradores del lugar, se detuvo muy cerca de ellos, para indicarles que estaban bajo arresto por alterar el orden público, así que ambos se dispusieron para ser llevados al calabozo. (Luis Calvillo)

"Es un error” repetía sin cesar Clara. Pero los agentes estaban dispuestos a llevarles a comisaría. Saben que, por desgracia, la mayoría de veces sin la intervención policial esas disputas terminan en la sección de sucesos y que, como esa vez, ambos miembros de la pareja afirman que es una discusión normal. Los agentes insistieron mientras les acompañaban agarrándoles del brazo al coche patrulla en que en comisaría todo se arreglaría, pero Clara seguía pidiéndoles que les dejaran.

Enrique no decía nada. Acababa de apuñalar a alguien que podría identificarle sólo con olerle. Ese coche quizá iba a Comisaría para Clara, pero para él iba directo, como todas las veces anteriores, a la prisión de Aranjuez. Durante el recorrido de diez metros hasta el coche, que relampagueaba por las luces de emergencia, trazó todas las rutas de escape posibles. A través del callejón de la izquierda, saltando los apenas tres metros hasta la carretera, metiéndose por el parque... Pero cada vez que se veía corriendo en zigzag por entre los coches aparcados las pistolas de los agentes le venían a la cabeza. ¿Y si se las quitaba? Quitársela a uno, apuntar al otro... Debería hacer callar a Clara, que alertaría a los vecinos. Podría agarrarla a ella, como rehén. El otro guardia le apuntaría. La usaría de escudo... Habría que disparar, sería inevitable. Quizá a la pierna, dejar al agente desarmado inconsciente con un culetazo... ¿Y dentro del coche? No les habían cacheado y él aún llevaba la navaja. Podría poner la hoja en algún cuello y entonces estaría controlando la situación.

Cuando les metieron en el coche y bloquearon las puertas traseras Enrique lo vio claro. Sacaría la navaja y la pondría en el cuello de Clara, amenazando con degollarla si no le dejaban irse. El coche arrancó. Clara resoplaba y desde la radio se oía estática y palabras intraducibles desde la centralita de la Guardia Civil. Los agentes hablaban entre ellos. Enrique se metió la mano en el bolsillo. El tacto de la empuñadura le daba tranquilidad. Tragó saliva. Clara apretaba los labios y torcía el gesto en una mueca de desilusión y asco. Le dio al botón que soltaba la hoja. Clic. Clara giró la cara hacia él. Enrique la miró. Respiró hondo pero antes de poder sacar la hoja el coche frenó en seco, lanzándole hacia delante. Clara se dio con el cristal de separación y el agente del asiento del acompañante le dio una sonora colleja al conductor. Éste señaló a la calzada: casi atropellan a un hombre que estaba cruzando la tiniebla de la carretera. El conductor bajó la ventanilla, increpándole. Enrique aflojó la mano, tensa, que esgrimía aún dentro del bolsillo la navaja. Una vez recuperada del golpe Clara miró hacia el hombre que, sonriendo, se acercaba al coche patrulla. Era alto y llevaba algo en la espalda. Una guitarra acústica. Era el cantante de blues del autobús. Clara sonrió al reconocerle. Éste le miró, saludó con un elegante gesto de cabeza y dejó de sonreír. El agente que le increpaba dejó de chillar. El cañón de una pistola emergió por la ventanilla y antes de poder hacer nada disparó cuatro veces sobre los policías. El estruendo era el de una catarata de truenos, y los fogonazos como amaneceres. Enrique y Clara se echaron hacia atrás. Trataron de salir del coche, pero los seguros seguían bloqueados. El hombre de la guitarra lanzó a la calzada a los cadáveres y se sentó en el asiento del conductor.

-No voy a permitir que el imbécil de tu ex-novio lo estropee todo. (Miguel Rosa)

Arrancó el coche y aceleró. Si conseguían salir de la ciudad rápido tendrían más posibilidades. No podía olvidar que en unos momentos toda la policía les estaría buscando. Conocía las calles, los atajos, los lugares donde menos vigilancia había así que comenzó a conducir ágilmente hasta llegar a las afueras. Pasaron barrios de chabolas, zonas residenciales, vías de tren y por fin se encontraban en el campo. Mientras tanto Enrique y Clara se habían quedado petrificados. Ella no era capaz de articular palabra. Él intentó hablar pero un “Como oiga una sola palabra te reviento la cabeza” le convenció de que estaría mejor calladito. Al fin y al cabo aquella escapada le estaba viniendo bien.

Recordaba perfectamente aquel caminito de tierra. Al final del camino se encontraba aquella casa que le traía tantos recuerdos. Paró el coche y salieron los tres. En ese momento Enrique vio el momento de volver a utilizar su navaja. Un brillo de plata, un forcejeo, un dolor sordo y un cuerpo que caía al suelo. El viejo músico se quedó mirando Enrique y había caído boca a bajo, buscó con su mirada a Clara pero no la encontró. Fue corriendo al otro lado del coche y allí la vio tendida en el suelo con la misma postura que Enrique. (Elisa Espinosa)


Aunque se encontraba a pocos pasos de la muerte, ella percibió el sonido de unas notas, sintió los rasguños de unos dedos temblorosos en las cuerdas de una vieja guitarra. Era un blues. Desde algún rincón de aquel desolado paisaje le llegaba una melodía, triste, intensa. No podía precisar su origen. Volvió sus ojos hacia el viejo con el interrogante de una pregunta en sus pupilas y comprobó que él sostenía su mirada, pero no la guitarra. El anciano tenía el iris dilatado y el rostro sereno. La sonreía con una sonrisa apacible. Clara continuaba escuchando su melodía, ahora con más fuerza y entonces comprendió que era él, el viejo solista que sabía muchas cosas que no podía contar, el que la estaba creando para ella. De cerebro a cerebro, como si fuera la forma natural de tocar una pieza, sin instrumentos musicales que enturbiaran la claridad del sonido. También ella comenzó a sonreír. Al principio fue una sonrisa tensa, cargada por el dolor de las puñaladas que había recibido Enrique y que ella había sentido como si le hubieran infligido en su propio vientre, pero poco a poco consiguió desdibujar el dolor de su mente, se distanció del cerebro de su ex novio para hundirse en el del anciano y se inundó de esa música que le enviaba.
Su guitarra descansaba a unos metros de él, inalcanzable para sus dedos pero, sin embargo, Clara veía vibrar sus cuerdas, se movían al ritmo del blues que él tocaba para ella con dedos hechos de aire y pensamientos. La invadió un calor muy similar a la fiebre, un calor que utilizaba su torrente sanguíneo para llegar a todos los rincones de su cuerpo y sanar sus invisibles heridas. A cada nueva oleada de calor se sentía renacer. Los hilos que la unían a Enrique se deshacían en el vacío que les separaba y sentía que el dolor se quedaba a solas con el hombre que una vez había amado.
No se extrañó. No, ya no. No podía extrañarse de que un viejo que la miraba con los ojos limpios de un niño la estuviera curando con un blues que sonaba en una guitarra que nadie tocaba. Comenzaba a comprender por qué había tenido que conocer a Enrique, por qué se cruzó con el anciano en el autobús y por qué fue necesario que su ex novio intentara matarlos a los dos. Comenzaba a comprender que su papel en la vida no se limitaba a sentir lo que sentían las víctimas de Enrique cuando él las asaltaba, las hería o las golpeaba. Y también, y por encima de todo, comenzaba a comprender que las cosas no eran cómo le habían hecho creer que eran. Otras realidades comenzaban a filtrarse entre las sinapsis de sus neuronas, unas realidades muy inquietantes. Gemma Nieto.

El viejo guitarrista de blues cogió la guitarra y la apoyó al lado de la puerta de la casa. Cuando se incorporó, observó toda la panorámica que ante él se presentaba: un coche, el cadáver de una persona que no le inspiraba ninguna lástima; Clara y un árbol altísimo que le provocó una sonrisa.
Al ver esa mueca, Clara miró hacia atrás y se dio cuenta de que el árbol que había provocado esa sonrisa era un ciprés. No había marco mas idóneo para encuadrar lo que había ocurrido aquella tarde.
El viejo sacó un cigarrillo y se acercó al ciprés. Se puso delante y lo acarició mientras lo miraba de arriba a abajo. Se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra el tronco del árbol.
Clara se acercó y vio cómo el viejo cogió un rama que encontró por el suelo y comenzó a escribir algo. Cuando llegó a su lado leyó lo que había escrito en el suelo... "Aquí yace Enrique Martinez Vallejo, 11-08-2010"... (Adrián Zamora)

LOS MONTAJES DEL DIRECTOR, por Víctor Prieto

Durante meses, Víctor ha ido viendo nuestras andanzas fotográficas de esta manera. En Toledo, San Francisco o Madrid siempre había un motivo para hacer un montaje divertido:



RUNNING LORENA, SHORT FILM BY JOSE TALAVERA

The first short directed by Jose Talavera and led by the actress, presenter and sexologist Lorena Berdún. It was one of more acquaintances in Spain in the year 2005 and 2006 and it shows an oppressive atmosphere in a night, magic and solitary Toledo as natural set. (Primer cortometraje dirigido por José Talavera y protagonizado por la actriz, presentadora y sexóloga Lorena Berdún. Fue uno de los más conocidos en España en los años 2005 y 2006 y muestra una atmósfera agobiante en un Toledo nocturno, mágico y solitario como plató natural.)

I hope you enjoy it (Espero que os guste):

viernes, 27 de noviembre de 2009

THE SUNSET (Native American Pow Wows)


The Sunset

Then I was standing on the highest mountain of them all, and round about beneath me was the whole hoop of the world. And while I stood there I saw more than I can tell and I understood more than I saw; for I was seeing in a sacred manner the shapes of all things in the spirit, and the shape of all shapes as they must live together like one being.


And I say the sacred hoop of my people was one of the many hoops that made one circle, wide as daylight and as starlight, and in the center grew one mighty flowering tree to shelter all the children of one mother and one father. And I saw that it was holy...
But anywhere is the center of the world.


La puesta de sol

Entonces estaba de pie sobre la montaña más alta de todas y debajo, a mi alrededor, estaba el aro completo del mundo. Y mientras permanecí allí, vi más de lo que puedo contar y comprendí más de lo que vi, porque estaba viendo, de una manera sagrada, las formas de las cosas en el espíritu y la configuración de todas las formas tal como deben vivir juntas como un solo ser.

Y digo que el aro sagrado de mi pueblo era uno de los aros que formaban un círculo, ancho como la luz del día y la luz de las estrellas, y en el centro crecía un poderoso árbol floreciente para resguardar a todos los hijos de una madre y de un padre. Y comprendí que era sagrado...
Pero cualquier lugar es el centro del mundo.

MI LUCHA (PASEO DESDE HITLER A GANDHI)



(Por José Talavera)

En mi retiro de la nada, en el lugar de ningún sitio, me dispongo a sacar conclusiones de lo que soy y lo que seré. Si las frases y palabras no casan ni tienen sentido, por alboroto o hibridez, bien podría alegar yo que es por críptico y misterioso, aunque peque de falaz como defensa. Por favor, no dejes de pensar en lo que digo hasta que vuelva a la superficie, y si hay algún error, seguro que es de transcripción y no de ignorancia, que bien se podría solventar con una pizca de condescendencia por tu parte. Un beso y un abrazo y un puñetazo.

Soy el principio y el fin
Soy el alfa y el omega
Soy el dios que hace milagros y el humano que se epata
Soy la mano de Teresa y el gorrito de Lutero
Soy substancia aristotélica y los ídolos de Bacon
Soy la cerradura herrumbrada y la llave que la abre
Soy el mar, bravo mar, y el barco que lo surca
Soy la vela que arde presta y la cera que se seca
Soy la paja en el ojo ajeno, molesta, y la viga en el propio
Soy el gran nadador y el guardador de ropa en cueros
Soy el rey sin corona y la corona en destierro
Soy el rey de corazones y la plebe sin cariño
Soy el monarca y la reina en cuarenta millones de siervos
Soy el pene y la vagina
Soy el genio que imagina y el lego que indaga
Soy la bazofia exquisita y el sabroso comistrajo
Soy la mierda de la vaca y el abono de las plantas
Soy la pena y la alegría
Soy timidez y osadía
Soy el sueño más eterno y la eterna pesadilla
Soy el sexo y el bromuro que te roba los momentos
Soy la fácil solución y el problema irresoluble
Soy la tristeza y el gozo
Soy el cabrón y el santo que ahoga al cabrón
Soy el santo cabrón y el cabrón que mata al santo
Soy el santo y la seña
Soy el calor y el frío que hiela
Soy todas mis primaveras y menos mis primaveras todas
Soy el ego y la humildad, estúpida humildad
Soy el más grande y el ínfimo
Soy el superno y lo menos
Soy la tristeza del mundo y la lágrima en el ojo
Soy la lluvia que te moja y el calor que la evapora
Soy la magia y la evidencia
Soy lo mínimo y lo más
Soy más de lo mismo y menos de lo de antes
Soy menos de ahora y más de lo siguiente
Soy el hombre y la mujer
Soy lo moderno y lo arcano
Soy el pene y el ano
Soy el pene y la mano
Soy la puta y la ramera
Soy la puta y la insensible
Soy la frialdad y la pasión que calienta el ánimo
Soy el seductor y el inductor a seducir
Soy la mente perversa y los versos de la mente
Soy el centro y el contorno
Soy el infantil y el porno
Soy el creyente y el ateo
Soy el guapo y el feo, feo y ateo
Soy el cabrón que prospera y quien siempre en casa espera y espera y espera
Soy el llanto que consuela y la risa que hiela
Soy la indiferencia que excita y el interés que asusta
Soy la vida que adormece y la muerte que perdura
Soy el olvido profundo y el recuerdo que entumece la mente caliente del hombre corriente y moliente
Soy lo anterior y lo siguiente
Soy el certero y el que miente y disiente
Soy el gran masturbador y al que joden los más altos
Soy el cauto convincente y el puto convencido, a la fuerza
Soy el moderno intransigente y el conservador que asiente
Soy lo grande y lo pequeño
Soy el que nunca se olvida y el que vive del recuerdo
Soy el dardo en la palabra y la palabra cautiva, aunque viva
Soy la palabra en el aire y el aire que torna en viento y se la lleva
Soy el sentido de la vida y la existencia sin rumbo
Soy la contradicción y el poema
Soy la elocuencia y la prosa
Soy el cardo y la rosa
Soy el jazmín y la rosa marchita
Soy el crisantemo y la rosa perdida
Soy el nenúfar y la rosa aguada
Soy yo y soy tú
Soy yo y soy quien quiero
Soy yo y soy quien quieras
Soy solo y soy todos
Soy la vida, la muerte, el engendro, la muerte, el descubrimiento, la muerte, el olvido y la vida
Soy yo y el otro y la otra y los otros y las otras
Soy existencia y soy cerrazón
Soy yo, soy yo, soy yo

Si alguien no entiende mi postura podría instarle a desaparecer de mi vista. Ya fueron muchos los que, con sus obras, trataron de hacer perder mi esencia y sólo consiguieron expansionarla, cargándome de multiplicidad.
En mi retiro, allá en la nada, busco sentido y lo pierdo pues no siento. Por eso pido comprensión, que bastante tengo con cargar la cruz como para crucificarme a mí mismo.

NO ME SIENTO COMO YO











Por José Talavera

(A la sencillez del verbo)


El principio

No me siento como yo,
aun sin perder la entereza,
y se aleja aunque se quede,
y se queda pero duerme.

Te veo distante y me marcho,
te veo con tristeza y me apago,
te veo tan cerca y me acerco.

Ves las rosas del jardín
y yo percibo su olor,
oyes a un niño gemir
y yo callo su lamento,
miras el mundo pasar
y yo registro el trasiego,
andas por otro camino
y yo certifico tu impronta.

Tú inadaptable, yo rebelde.
Tú con encanto, yo agradable.
Tú lenguaraz, yo hablador.
Tú en silencio, yo sucinto.

Tu mirada se aproxima
y observo mejor cada cosa.
Tus manos buscan objetos
y yo ejercito mi tacto.
Tus sueños llegan de noche
y yo los cuento en el alba.

No me siento como yo
aunque la entereza aguarde.
No me siento como yo,
me siento como tú,
pero, ¿por qué?



El fin

No me siento,
¿qué he perdido?
No me siento,
¿qué he ganado?

He perdido la ilusión:
escucho tu carcajada
y doy rienda suelta a la lágrima,
percibo tu corazón
latente y fulgente y caliente
y soy digno de aneurisma.

He ganado la carencia:
más allá del desengaño
nada me da contenido,
te he perdido
cuantas más te he diez mil veces conocido,
te he perdido.

No me siento,
silencio,
no me siento.


La nada

Anoche advertí el vacío.
Ni todo el estruendo del orbe
me habría otorgado consciencia.
Perdí el alma sin morir
sabiendo que tú lo habías hecho.

Sólo deseo no sentir
y olvidarme de la vida.
La vida que no me merezco.
La vida que no me merece.

Sólo deseo no sentir.